Veinticuatro años de fracasos se
esfumaron el sábado 27, cuando un plantel de selección reverdeció la
gloria del 50 y 52 alcanzada por René Meléndez, el Tano Biondi Loguzzo,
el Pelusa Arenas, Carlos Espinoza, el Gitano Lourido…
Ese día, el elenco sensación de la temporada, encauzado por Pedro Morales,
entró al campo de Ñuñoa a las 20 horas para dirimir el título con los
hispanos en final extra: tal como el 50, cuando el golazo triunfal de
Don René.
Leopoldo Vallejos, Mario Galindo, Guillermo Azócar, Ángel Brunel,
Julio Núñez; Humberto López, Mario Salinas, Sergio Ahumada;
Carlos Cáceres, Américo Jorge Ramón Spedaletti y José Luis Ceballos afrontaron el duelo crucial tras la paridad del día 25. En el filo de la fracción inicial, el Negro Ahumada adelantó a los viñamarinos, esperándose en la segunda
mitad la furiosa reacción del subcampeón de la Libertadores 75. Pero a los trece, Maestrito Salinas
batió con un tiro libre magistral al Loco Enrique Enoch, responsable
del empate en blanco de la ida. No obstante, Luis Miranda descontó a los
cuarenta,
poniendo una gran dosis de suspenso. Y ya con Guillermo Martínez en el gramado, llegó la lápida a los 47: el propio Chicomito dio un pase depurado a la deleitante zurda de
Ceballos, decretando el cordobés ante los cuatro costados
invadidos de antorchas una victoria tan categórica como anhelada desde
los albores de los cincuenta. Lograda la coronación al cabo de
36 fechas, el Ballet Auriazul fue agasajado en el rancio caserón
de Viana 161, donde retumbó un coro inagotable: “Aplaudan, aplaudan, no
dejen de aplaudir, que vienes los de Viña y se van a divertir…”.